Los resultados electorales están
dentro de lo previsto, nuestro anhelo de ganar en primera vuelta infundió
ánimos para trabajar por lo logrado que es histórico: la mayor votación de las
fuerzas políticas populares y sus intelectuales amigos; la mayor votación de
las capas medias, la peor votación de las fuerzas políticas de la oligarquía y
sus mafias aliadas cohesionadas en torno al candidato uribista. Petro cosechó
sus denuncias a Vargas Leras sacándolo por la puerta de atrás, se creció Duque
pero sin lograr ganar de una que era lo presupuestado.
Los
principales enemigos del pueblo colombiano son los terratenientes despojadores,
pretenden beneficiarse de las tierras acumuladas obligando al pueblo rural a
ser jornaleros a destajo, subsistiendo en la miseria, mientras logran legalizar
y vender los latifundios a monopolios nacionales y extranjeros. Sus alfiles
políticos ofrecen prosperidad para el campo a futuro por las opciones de
trabajo estable que brindarían las trasnacionales del agro ya sea como
empleados o como aliados productivos cautivos a su mercado. Un gobierno popular
puede generarles competencia apoyando la economía campesina para que logre
restituir buena parte de las tierras despojadas y ponerlas a producir con
nuevas tecnologías, trasmitidas en el sitio y momento necesario, dirigidos por
expertos que deben asumir la responsabilidad de los proyectos hasta lograr
estabilizarlos y entonces sí transferirlos junto a la propiedad a las familias
campesinas ya tecnificadas y bien organizadas. La competencia entre las grandes
empresas agroindustriales y las grandes organizaciones campesinas modernas
creará las condiciones para que los trabajadores, empleados e independientes,
tengan vida digna, tanto en el campo como en la ciudad.
El
acuerdo sobre lo fundamental puede unir a las fuerzas populares y las capas
medias para ofrecer a los enemigos la fórmula famosa del miti-miti, repartir
las tierras para lograr la paz estable, legalizarlas y ponerlas a producir al
máximo para lograr la paz duradera. La hegemonía de uno de los 2 modelos, el de
los grandes empresarios y el de economía familiar ha sido un fracaso rotundo en
muchas partes. Solo una sana competencia, regulada por el Estado, ha permitido
a los países industrializarse y desarrollarse.